Vivimos en una sociedad individualista y curiosamente solitaria.
¿A cuántas de las personas con las que hoy se ha cruzado por la calle, conocía usted, siquiera de vista?
La masificación de las ciudades y la delincuencia nos ha llevado a convertirnos en seres desconfiados y faltos de comunicación.
Si tiene usted la ocasión de visitar alguna vez algún pequeño pueblecito del interior de la comunidad valenciana (y digo la comunidad valenciana porque siempre he vivido aquí, pero estoy seguro de que ocurrirá de igual modo en el resto de las regiones de España), se sorprenderá de que, si se cruza con algún aldeano o campesino en las calles del pueblo o incluso en medio del campo, el hombre le salude como si le conociera con un «muy buenas» verdaderamente reconfortante, e incluso pueda que entable una amistosa conversación y, si muestra interés por su trabajo y su casería, le regale una docena de huevos de gallinas criadas en libertad.
¡Cuánto cambiarían nuestras abigarradas ciudades si todos actuáramos con la confianza de estos habitantes de nuestras aldeas, y pueblos!
Charlar con la pareja, con los amigos, incluso con el peluquero o con un desconocido con el que comparta un tiempo en el autobús, tres, etc., es una magnífica terapia contra la soledad y la ansiedad que ésta provoca.
No tema ser incomprendido ni rechazado porque, por lo general, los demás están tan necesitados de comunicación como usted.